Realment, som lliures?







La versión naturalista oficial acerca del libre albedrío dice que nuestra especie se encuentra en una situación de autoengaño por razones evolutivas: era adaptativo creer que actuamos libremente, pero un conocimiento más profundo de nuestro cerebro muestra que esto es una ilusión. La entrevista reciente de Daniel Arjona a Robert Sapolsky a raiz de su último libro ofrece un buen ejemplo de esta convicción. Todos creemos que actuamos con libertad (en ausencia de coacciones exteriores), pero en realidad nos autoengañamos.
El argumento va más o menos así (List & Menzies 2014):
1ª Premisa: Tesis del origen causal: Una acción es libre si es causada por un agente, particularmente por los estados mentales [conscientes] del agente, en tanto que distintos de los estados físicos del cerebro y del cuerpo del agente.
2ª Premisa: Implicación fisicalista: No es aceptable ningún tipo de causación mental, en tanto que distinta de los estados físicos del cerebro y del cuerpo del agente.
Por tanto, no hay acción libre en un mundo fisicalista.
No obstante, para entender este asunto hay que deshacer previamente algunos malentendidos.
Por ejemplo, no es cierto que el determinismo implique prediciblidad (los sistemas sometidos al caos determinista no son predecibles, pese a estar determinados), ni la predicibilidad implica determinismo (predicibilidad probabilística).
Por otro lado, hay que saber cómo escapar del dilema trampa: Si el universo está determinado, no hay libre albedrío, pero si está indeterminado, tampoco (libre albedrío ≠ indeterminación o azar, aunque muchas personas identifiquen ambas cosas).
Además, el determinismo es falso en el nivel subatómico al menos, pero ¿es de alguna ayuda el indeterminismo cuántico para el problema del libre albedrío? En mi opinión, no lo es en absoluto.
Los defensores del libre albedrío parecen reclamar lo imposible: Nuestras acciones libres deben tener una causa (no pueden ser azarosas), pero esa causa no debe determinarlas por completo (al menos los eventos pasados no pueden dictar el resultado). ¿Tiene esto sentido? Aparentemente no lo tiene.
Sin embargo, por otra parte, conviene tener en cuenta lo siguiente:
• Algunos autores se preguntan si hay libre albedrío en los animales, especialmente en grandes simios.
• Aumenta en los últimos tiempos la discusión filosófica acerca de la posibilidad de máquinas (robots) morales.
• Hay situaciones patológicas en las que los sujetos no son capaces de resistir sus impulsos o sus deseos (cleptomanía, drogadicción, etc.). Las consideramos patológicas porque pensamos que los seres humanos pueden reprimir sus deseos.
• En el debate sobre el mejoramiento moral mediante procedimientos biotecnológicos (químicos o genéticos) se ha planteado la objeción de que hacernos moralmente mejores mediante ese tipo de procedimientos disminuye nuestra libertad, pues no seríamos capaces de actuar inmoralmente, ni siquiera lo desearíamos.
En todas estas discusiones se da por sentado que el ser humano actúa libremente, es decir, ejerce algún tipo de control último sobre sus acciones, las cuales serían el resultado de sus decisiones y no de fuerzas externas; como, por otra parte, hacemos en nuestra vida cotidiana y en nuestros sistemas legales.
Éste es, en esencia, el problema (irresoluble).
A mí me gusta esta definición de David DeGrazia (2013):
“A realiza autónomamente (libremente) la acción intencional X si y solo si:
(1) A hace X porque prefiere hacer X,
(2) A tiene esta preferencia porque (al menos disposicionalmente) se identifica con ella y prefiere tenerla, y
(3) esta identificación no ha resultado primariamente de influencias que A, reflexionando cuidadosamente, consideraría alienantes.”
En tal sentido, una vez que eliminamos las coerciones externas, la impresión de libre albedrío depende de la sensación de tener distintas alternativas disponibles (aunque como en los ejemplos tipo Frankfurt no sea así en realidad). El libre albedrío solo requiere que las razones (o deseos) por las que se actúa se reconozcan como propias. Como argumentó convincentemente el neurólogo de la Universidad de California Joaquín Fuster en su excelente libro sobre el tema (The Neuroscience of Freedom and Creativity. Our Predictive Brain, Cambridge University Press, 2013), esto no es incompatible con que dichas razones provengan de procesos cerebrales inconscientes.
Todos nos sentimos obligados, y en cierto modo coaccionados, por nuestros valores y principios morales. Pero eso no nos hace sentirnos menos libres. Son los principios y valores que queremos tener y que queremos que rijan nuestra conducta. Nos constituyen como individuos con una determinada personalidad y autocomprensión.
Dos de las características de las capacidades cognitivas humanas que más distancian a nuestra especie del resto de las especies animales son el lenguaje complejo y la capacidad para prevenir el futuro. Las dos están ampliamente controladas por el córtex prefrontal.
Según Joaquín Fuster en ellas radica el libre albedrío humano. Ambas capacidades permiten la planificación de la acción. Además del número de objetivos posibles, importa también el número de razones (o casusas) por las que perseguirlos. Un menor número de opciones realmente disponibles (deseables) puede ser compensado por una mayor sofisticación intelectual en las justificaciones y en el modo de conseguir los restantes objetivos. Por eso, una persona moralmente sensible es tan libre o más que un criminal sin escrúpulos.
“Tanto el incremento de inputs como el de outputs añaden libertad al organismo” (Fuster 2013, p. 11).
Detrás de nuestras acciones está todo lo que somos, y entre lo que somos hay que contar ciertamente de manera muy especial el entorno social en que hemos vivido y las influencias ambientales y educativas que hemos recibido, sobre todo en el ambiente familiar y de los amigos cercanos. Pero también está la neuroquímica de nuestro cerebro, nuestro genotipo, nuestro fenotipo, el tiempo atmosférico (hay más suicidios y crímenes los días de mucho calor), la edad, lo que hemos comido y bebido, y –si no somos deterministas físico/neurológicos– hemos de incluir también nuestra propia voluntad para hacer esto en lugar de aquello. Las acciones libres no son las que carecen de causa alguna, sino las que obedecen a decisiones tomadas por razones o deseos asumidos como propios (deseos deseados).
Es también interesante saber que en la entrevista realizada en 2020 entre filósofos que publican en inglés la mayoría de los encuestados creían en la compatibilidad del libre albedrío con lo que la ciencia nos dice sobre las leyes físicas (un 60%).

Antonio Diéguez Lucena

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