Què podem fer? (Mark Fisher)
... ¿qué podemos hacer ahora? Primero, es imperioso rechazar el identitarianismo, y reconocer que no hay identidades, sino solo deseos, intereses e identificaciones. Parte de la importancia del proyecto de los Estudios Culturales Británicos (revelada de manera pode rosa y conmovedora en «The Unfinished Conversation» [La conversación inacabada], la instalación de John Akomfrah, actualmente en el Tate Britain, y su película The Stuart Hall Project [El proyecto Stuart Hall]) fue haber resistido al esencialismo identitario. En lugar de congelar a las personas en cadenas de equivalencias ya existentes, la idea era tratar cualquier articulación como provisional y plástica. Siempre se pueden crear nuevas articulaciones. Nadie es esencialmente nada. Por desgracia, con relación a esto, la derecha actúa de manera más efectiva que la izquierda. La izquierda burguesa e identitaria sabe cómo propagar culpa y conducir una caza de brujas, pero no sabe cómo generar adeptos. Pero ese no es el punto para ellos. El objetivo no es popularizar una posición de izquierda, o incorporar a más gente, sino permanecer en una posición de superioridad elitista en la que a la superioridad de clase se agrega una superioridad moral. «Cómo te atreves a hablar, ¡los que hablamos en nombre de los que sufren somos nosotros!»
Pero el rechazo del identitarianismo solo se puede lograr si se reafirma la clase. Una izquierda que no tenga a la clase en su centro no puede ser más que un grupo de presión liberal. La conciencia de clase es siempre doble: implica al mismo tiempo el conocimiento de la manera en la que la clase enmarca toda la experiencia, y el conocimiento de la posición particular que ocupamos en la estructura de clase. Se debe recordar que el objetivo de nuestra lucha no es conseguir el reconocimiento de la burguesía, ni tampoco la destrucción de la burguesía. Lo que debe ser destruido es la estructura de clase, una estructura que daña a todos, incluso a quienes que se benefician materialmente de ella. Los intereses de la clase trabajadora son los intereses de todos; los intereses de la burguesía son los intereses del capital, que no son los intereses de nadie. Nuestra lucha debe ser por la construcción de un mundo nuevo y sorprendente, no la preservación de identidades formadas y distorsionadas por el capital.
Si esta parece una tarea intimidante y abrumadora, es porque lo es. Pero podemos empezar a involucrarnos en algunas actividades de prefiguración. De hecho, estas actividades podrían ir más allá de la prefiguración: podrían inaugurar un ciclo virtuoso, una profecía autocumplida en la que se desmantelen los modos de subjetividad burgueses y se empiece a construir una nueva universalidad. Debemos aprender, o volver a aprender, a construir camaradería y solidaridad, en lugar de hacer el trabajo del capital, que es condenarnos y agredirnos los unos a los otros. Por supuesto, no significa que debamos siempre estar de acuerdo; al contrario, debemos crear condiciones en las que se puedan dar desacuerdos sin miedo a la exclusión ni la excomunión. Tenemos que pensar cómo usar las redes sociales de manera estratégica; recordando siempre que, a pesar de la igualdad que pregonan los ingenieros libidinales del capitalismo para las redes sociales, hoy son el territorio del enemigo, dedicado a la reproducción del capital. Pero esto no quiere decir que no podamos ocupar ese territorio y usarlo con el propósito de producir conciencia de clase. Tenemos que escapar del «debate» del que el capitalismo comunicativo nos tienta a participar constantemente, y recordar que estamos involucrados en una lucha de clases. El objetivo no es «ser» activista, sino ayudar a que la clase trabajadora se active y se transforme a sí misma. Fuera del Castillo de Vampiros, todo es posible.
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