Neurociència en el primer psicoanàlisi.




Según Jean-Pierre De la Porte, profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Witwatersrand, las conclusiones teóricas a las que llegó Freud no se podían entender si antes no se había leído y asimilado un manuscrito suyo previo, de 1895, pero publicado póstumamente en los años cincuenta. El manuscrito se titulaba “Proyecto para una psicología científica”,[1] y en él Freud intentaba cimentar sobre una base neurocientífica sus primeras ideas sobre la mente.

Con ello seguía los pasos de su gran maestro, el fisiólogo Ernst von Brücke, miembro fundador de la Sociedad Física de Berlín. En 1842, Emil du Bois-Reymond formuló la misión de la Sociedad como sigue:

Brücke y yo hicimos un juramento solemne para poner en práctica esta verdad: “Las únicas fuerzas que están activas en el organismo son las fuerzas físicas y químicas comunes. Para explicar lo que actualmente dichas fuerzas no pueden explicar hay que encontrar la manera o forma específica de su acción por medio del método físico-matemático o bien suponer la existencia de otras fuerzas tan dignas como las fuerzas químico-físicas inherentes a la materia, reducibles a las fuerzas de atracción y repulsión”.

Johannes Müller, apreciado maestro de los anteriores, se había preguntado cómo y por qué la vida orgánica difiere de la materia inorgánica. Llegó a la conclusión de que “los organismos vivos son esencialmente diferentes de las entidades no vivas porque contienen algún elemento no físico o se rigen por principios distintos a los de las cosas inanimadas”.En resumen, para Müller, los organismos vivos poseen una “energía vital” o “fuerza vital” que las leyes fisiológicas no pueden explicar. Según él, los seres vivos no pueden reducirse a los mecanismos fisiológicos que los componen porque son entes indivisibles con objetivos y propósitos, lo que atribuía al hecho de que poseen alma. Teniendo en cuenta que la palabra alemana Seele puede traducirse como “alma”, pero también como “mente”, el desacuerdo entre Müller y sus alumnos se parece mucho al actual debate entre filósofos como Thomas Nagel y Daniel Dennett sobre si la conciencia puede reducirse a leyes físicas (Nagel lo niega, Dennett lo afirma).

Lo que me sorprendió durante el seminario de De la Porte fue enterarme de que Freud –el investigador pionero de la subjetividad humana– no se había alineado con el vitalismo de Müller, sino más bien con el fisicalismo de Brücke. Así, en las primeras líneas de su “Proyecto” de 1895, escribió: “La intención es estructurar una psicología que sea una ciencia natural: es decir, representar los procesos psíquicos como estados cuantitativamente determinados de partículas materiales especificables”. Yo desconocía la formación neurocientífica de Freud, y solo después supe que, aunque le costó, abandonó los métodos de investigación neurológicos cuando vio claramente, en algún momento entre 1895 y 1900, que los métodos entonces disponibles no tenían capacidad para revelar la base fisiológica de la mente.

Sin embargo, para Freud fue un cambio de dirección que le compensó con creces, porque le obligó a examinar con mayor minuciosidad los fenómenos psicológicos per se y a dilucidar los mecanismos funcionales que los sustentaban. Todo ello dio lugar al método de investigación psicológica que acabó denominando “psicoanálisis”. Su hipótesis fundamental era que los fenómenos subjetivos manifiestos (ahora llamados “explícitos” o “declarativos”) tienen causas latentes (ahora llamadas “implícitas” o “no declarativas”). Es decir, Freud sostenía que el hilo errático de nuestros pensamientos conscientes solo puede explicarse si suponemos asociaciones intermedias implícitas de las que no somos conscientes, idea que derivó en el concepto de las funciones mentales latentes y, a su vez, en la famosa conjetura de Freud sobre la intencionalidad “inconsciente”.

Como a principios del siglo XIX no había métodos para investigar la fisiología de los fenómenos mentales inconscientes, la única forma de inferir sus mecanismos era la observación clínica. Lo que Freud aprendió con ella dio lugar a su segunda afirmación fundamental. Observó que los pacientes adoptaban una actitud nada indiferente respecto a las intenciones inconscientes que se les infería; parecía más una cuestión de no querer verlas que de no poder verlas. Freud recurrió a varias palabras para describir esa tendencia –resistencia, censura, defensa y represión, señalando que evitaba la angustia emocional. Esto sirvió a su vez para revelar el papel crucial de los sentimientos en la vida mental y hasta qué punto son la causa de todo tipo de sesgos interesados. Aquellos hallazgos (ahora obvios) mostraron a Freud que algunas de las principales fuerzas motivadoras de la vida mental son totalmente subjetivas, pero también inconscientes. La investigación sistemática de esas fuerzas lo llevó a su tercera afirmación fundamental: la conclusión de que en última instancia lo que apuntalaba los sentimientos eran las necesidades corporales; de que la vida mental humana, no menos que la de los animales, estaba impulsada por los imperativos biológicos de supervivencia y reproducción. Para Freud, dichos imperativos constituían el vínculo entre la mente sintiente y el cuerpo físico.

Así y todo, adoptó un abordaje muy sutil de esa relación mente-cuerpo, pues vio que los fenómenos psicológicos que estudiaba no eran directamente reducibles a los fenómenos fisiológicos. Ya en 1891 había afirmado que no era posible atribuir los síntomas psicológicos a procesos neurofisiológicos sin antes reducir los fenómenos psicológicos y fisiológicos (las dos partes de la ecuación) a sus respectivas funciones subyacentes. Como ya he señalado antes, al hablar del procesamiento de la información, las funciones pueden realizarse en distintos sustratos.Y según Freud, solo en el terreno común de la función podían reconciliarse la psicología y la fisiología. Su objetivo era explicar los fenómenos psicológicos mediante leyes funcionales “metapsicológicas” (esto es, “más allá de la psicología”). Al intento de saltarse este nivel funcional de análisis, pasando directamente de la psicología a la fisiología, se lo conoce hoy día como la “falacia localizacionista”.

Queda claro que para Freud, cuando no para sus seguidores, el psicoanálisis estaba pensado como una fase intermedia. Por mucho que desde el principio hubiese pretendido discernir las leyes que sustentan nuestra rica vida interior de experiencia subjetiva, para él la vida mental seguía siendo un problema biológico. En 1914 escribió: “Es de prever que todas nuestras ideas provisionales en psicología se sostendrán algún día sobre unos cimientos orgánicos”. Freud anticipó con entusiasmo el día en que el psicoanálisis regresaría a su unión con la neurociencia:

La biología […] es realmente un dominio de infinitas posibilidades. Debemos esperar de ella la información más sorprendente y no podemos adivinar qué respuesta dará, dentro de algunos decenios […]. Quizá sean dichas respuestas tales que echen por tierra nuestro artificial edificio de hipótesis.

Aquel no era el Freud tan peligrosamente especulativo del que me habían hablado en la universidad. Para mí, el “Proyecto” fue una revelación, tanto como lo había sido para el propio Freud, que por aquel entonces le escribió a su amigo Wilhelm Fliess:

En el transcurso de una noche ajetreada […] se levantaron de repente las barreras, cayeron los velos y fue posible ver desde los detalles de las neurosis hasta los determinantes de la conciencia. Todo parecía encajar, los engranajes estaban bien colocados; daba la impresión de que era realmente una máquina y que pronto funcionaría sola.

Sin embargo, la euforia duró poco. Un mes después, Freud escribió: “Ya no puedo entender qué pensaba cuando urdí la ‘Psicología’; no puedo entender cómo llegué a infligírsela a mis lectores”. Al no contar con los métodos neurocientíficos apropiados, Freud se basó en “figuraciones, transposiciones y conjeturas” para traducir sus deducciones clínicas en términos primero funcionales y luego fisiológicos y anatómicos. Tras un último intento de revisión (contenido en una larga carta que envió a Fliess el 1 de enero de 1896), se le perdió la pista al “Proyecto”, hasta su reaparición unos cincuenta años más tarde. Con todo, las ideas que contenía –el “fantasma oculto”, según James Strachey, el traductor de Freud al inglés– impregnaron toda su teorización psicoanalítica… a la espera de futuros avances científicos.

Mark Solms, El manantial oculto. Un viaje a la fuente de la conciencia, fronterad.com 15/08/2024

(1) De hecho, Freud no le puso ningún título a aquel manuscrito inédito; el título se lo inventaron los traductores ingleses. En su correspondencia con Wilhelm Fliess, Freud lo llamó “Psicología para neurólogos”, “Esbozo de una psicología” y “la Psicología”.

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