Per què desconfiem dels experts?
Además de afinidades e intereses políticos, las teorías de la conspiración ofrecen una explicación en apariencia clara a sucesos inesperados o que nos asustan. Por eso se difunden a menudo después de atentados terroristas, durante la pandemia o durante la dana, porque presentan causas comprensibles para sucesos complejos que ocurren en sociedades también complejas y con instituciones que a veces se muestran lentas y distantes. Como explican los psiquiatras Sara y Jack Gorman en Denying to the Grave (“Negar hasta la muerte”), estas teorías pueden ayudar a algunas personas a combatir el sentimiento de impotencia y de falta de control.Uno de los efectos de las teorías de la conspiración es que nos pueden llevar a dudar de los expertos, como explica el filósofo keniata Quassim Cassam en su libro Conspiracy Theories. Estos ataques se suelen mover en varios flancos y aprovechan debilidades reales de las explicaciones probadas, como la ya mencionada complejidad.
Otra debilidad es la incertidumbre, como ocurre con el trabajo de la Aemet. Las predicciones meteorológicas son probabilísticas y a veces se equivocan. Si hacemos caso de todas las alertas rojas, es probable que nos encontremos con unas cuantas alertas falsas. Y aunque los responsables de la Aemet sean muy precavidos, en algún momento puede pasar lo contrario: que ignoren peligros que luego sucedan.
Como escribe en este artículo el filósofo estadounidense Jamie Watson, los expertos a menudo no están seguros de lo que va a pasar, como vemos en muchas conversaciones de médicos con sus pacientes, y a veces se equivocan. Pero si recurrimos a ellos y no a los curanderos es porque los médicos minimizan el riesgo de que algo salga mal.
Una tercera debilidad es la propia figura del experto, que es una etiqueta ambigua y en ocasiones subjetiva. No hay carnet de experto, somos nosotros quienes tenemos que aprender de quién fiarnos y por qué. Nos basamos en una serie de pistas como las credenciales del supuesto experto o nuestra experiencia con ellos. Pero no son definitivas.Confiar en expertos se puede confundir con la falacia del argumento de autoridad. Un argumento falaz sería, por ejemplo, “la Tierra es redonda porque me lo dijo un doctor en Filología Griega”. O “el toreo está bien porque a Lorca y a Hemingway les gustaba”.
En ocasiones, la culpa de que caigamos en esta falacia es de los propios expertos. Por ejemplo, si un ingeniero asegura que sabe mucho de macroeconomía porque es ingeniero está cometiendo lo que el filósofo estadounidense Nathan Ballantyne calificó en 2016 de "allanamiento epistémico". Esto ocurre cuando alguien rebasa su campo de estudio y habla de un tema sobre el que carece de datos o de conocimientos.
Incluso decir “tengo dermatitis porque me lo dijo la doctora” no es concluyente. Yo no tengo dermatitis porque lo diga una señora con bata. Pero sí me puedo fiar de mi doctora cuando me receta una crema contra la dermatitis, porque confío en que tiene pruebas que le permiten decir que es dermatitis y no lepra, igual que me fío del fontanero cuando me dice que hay que cambiar el grifo.
Podemos fiarnos de los expertos cuando hablan de su campo de conocimiento, cuando cuentan con el respaldo de la comunidad científica, cuando no hay conflictos de intereses y cuando lo que dicen está respaldado por datos. Todo esto, de nuevo, es complejo y tiene un punto de ambigüedad. No hay una lista que podamos rellenar para terminar con una valoración de 77 puntos sobre 100 para el aspirante a experto, ni nada parecido. Siempre podemos cuestionar lo que nos dicen y, si creemos que hace falta, buscar otras fuentes, como hago cuando un farmacéutico recomienda homeopatía.
Somos nosotros quienes tenemos que aprender cuándo fiarnos de alguien o cómo valorar lo que nos cuentan. Y eso gracias al pensamiento crítico, que nos ayuda a hacernos y a hacer preguntas. El pensamiento crítico también se construye en sociedad con la ayuda de instituciones en las que confiamos y que son muchas veces las que los conspiranoicos quieren destruir: universidades, laboratorios, archivos, agencias meteorológicas...
Hay que añadir que el pensamiento crítico no nos libra de errores ni a nosotros ni a esos expertos. Los errores médicos los comenten médicos. Durante décadas no supimos si comer huevos era bueno o malo. Y a lo mejor resulta que el cambio climático no existe y que todos los termómetros están mal calibrados.
Pero, al menos, el punto de partida de la ciencia es ese: nuestro conocimiento es, como mínimo, incompleto, y es posible que además estemos equivocados. Los conspiranoicos hacen todo lo contrario: parten de una idea sin demostrar y buscan pruebas, reales o no, que les den la razón, para luego desechar todo argumento que no encaje.
Jaime Rubio Hancock, Para qué sirve un experto, Filosofía inútil 06/11/2024
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