Un chatbot a la nostra imatge i semblança.







En un periodo convulsionado como pocos, hay un nuevo actor indiscutible: la inteligencia artificial, una herramienta que llegó para cambiarlo todo, también a nosotros mismos. Atravesamos una crisis de identidad sin precedentes; aunque nos cueste reconocerlo, amenaza con desplazarnos impunemente del centro de la escena sin siquiera pedirnos permiso. En palabras de Ray Kurzweil, la singularidad tecnológica (el momento en el que la inteligencia humana es superada por la artificial) está cerca.

En esta crisis de identidad del ser humano, los debates morales están a la orden del día: ¿quiero la tecnología? Sí, pero ¿hasta qué punto y a qué costo? Más preguntas que respuestas.

Elon Musk y su empresa Neuralink —ya con autorización de la FDA estadounidense para realizar pruebas en humanos— quieren colocarnos un chip en el cerebro y fusionarnos con la IA antes de que “se convierta en algo tan poderoso que destruya a la raza humana”. El riesgo real está en lo imperceptible: algoritmos que logran influir en nuestros gustos, parejas, voto sin que podamos darnos cuenta.

La señal de la carretera advierte de que el camino lleva hacia la personalización absoluta. Se acaba de lanzar PinAI, un dispositivo del tamaño de un tamagotchi conectado a la red móvil con el cual podemos hacer un sinnúmero de funciones a través de un asistente de voz con IA. O las gafas con IA (Ray-Ban Smart Glasses), que constituirán un filtro permanente entre la realidad y lo que vemos y hasta podrán leer nuestro iris. FreedomGPT es la frutilla del postre de este cuento de hadas: un chatbot a nuestra imagen y semejanza al que podremos, sin ningún tipo de tapujos, hacerle nuestras peores confesiones y exigirle nuestros más culposos deseos. Este diálogo no solo dejará al desnudo nuestras infames miserias, sino también, y más peligroso aún, las potenciará (el conocido “bucle de retroalimentación pernicioso”).

Así, la IA cada vez más personalizada presenta un dilema central. No se trata de un alter ego, sino más bien de nuestro doble de riesgo. ¿Qué pensaría Freud sobre esto? Se crea una dúplica de nuestro yo, un otro yo que reposa en un algoritmo indescifrable y, sobre todo, invisible al común de los mortales. Hoy, más que nunca, “lo esencial es invisible a los ojos”.

Cecilia C. Danesi, Mi otro yo y la crisis de Freud, El País 09/12/2023

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