Sloterdijk: Plató, el "Polític" i la domesticació humana.
Peter Sloterdijk |
Entre los
caracteres definitorios de la naturaleza humana está el de ubicarse ante
problemas que son una carga abrumadora para los propios hombres, sin que éstos
puedan empero proponerse dejarlos a un lado a causa de su mismo peso. Esta
provocación de la esencia humana por parte de lo ineludible, que es al mismo
tiempo lo indoblegable, ya ha dejado tras de sí una huella imborrable en los
comienzos de la filosofía europea... o incluso, tal vez sea la misma filosofía
esa huella en el sentido más amplio. Después de todo lo dicho, quizás ya no sea
demasiado sorprendente el que esta huella se manifieste principalmente como un
discurso sobre la custodia y la crianza humanas. En su diálogo Politikos –cuyo título gustan traducir
como el Político, presentó Platón la Carta Magna de una
politología pastoral europea. Este escrito no sólo es significativo por
mostrar, más claramente que en ningún otro lado, lo que los antiguos
entendieron realmente por ‘pensar’ –la conquista de la verdad por medio de la
cuidadosa división o disección de la multiplicidad de conceptos y cosas–; su
inconmensurable ubicación en la historia del pensamiento sobre el hombre radica
sobre todo en que es conducido al mismo tiempo como un discurso práctico sobre
la cría (y no es casual la participación de un elenco atípico en Platón: un Extranjero y un joven
Sócrates, como si los atenienses corrientes no fueran por el momento admitidos
en charlas de ese tipo); de qué manera también, entonces, cuando de ello se
trata, seleccionar un estadista como no los hay en Atenas, y criar un pueblo
para ese Estado como no se podía encontrar todavía en ninguna ciudad empírica.
Este Extranjero, y su oponente, el joven Sócrates, se dedican al insidioso
intento de colocar la política o arte pastoril de la ciudad venidera bajo
reglas transparentes y racionales.
Con este proyecto, Platón da testimonio de una agitación
intelectual en el Parque Humano que ya no podrá nunca aquietarse del todo.
Desde que el Politikos, desde que la Politeia (La República)son discursos que, en el mundo, hablan de la comunidad
de los hombres como si se tratara de un parque zoológico que fuera a la vez un
parque temático, la conducta de los hombres en parques o ciudades deberá
aparecer, en adelante, como un problema zoo-político. Lo que se presenta como
una reflexión sobre política, es en realidad una reflexión fundamental sobre
las reglas de manejo de un Parque Humano. Si hay una dignidad de los hombres,
que merezca en sentido filosófico ser articulada en palabras, será sobre todo
porque los hombres no son simplemente mantenidos en parques temáticos
políticos, sino porque son ellos los que se mantienen allí por sí mismos. Los
hombres son seres que se curan, guardan de sí mismos, que generan, vivan donde
vivan, un espacio parquizado en torno a sí mismos. En parques urbanos, parques
nacionales, parques cantonales, parques ecológicos, en todos lados deben los
hombres formarse una opinión sobre cómo debe ser regulada su conducta consigo
mismos.
Ahora bien, en lo
que toca al zoo platónico y su nueva organización, todo en él se juega en el
hecho de saber si la diferencia que existe entre la población y la dirección es
una diferencia sólo de grado, o bien una diferencia específica. Suponiendo lo
primero, la distancia entre los pastores de hombres y sus protegidos sería sólo
accidental y pragmática: se podría conceder al rebaño en este caso la elección
periódica de sus pastores. Pero en caso de que entre líderes y habitantes
zoológicos hubiera una diferencia específica, se diferenciarían unos de otros de
manera tan fundamental que no sería prudente una dirección electiva, sino sólo
una dirección de la inteligencia. Sólo los falsos directores zoológicos, los
pseudoestadistas, y políticos sofistas harían campaña en su favor con el
argumento de ser del mismo tenor que el rebaño, mientras que el verdadero
criador señalaría la diferencia y daría a entender discretamente que, con su
conocimiento, se halla más cerca de los dioses que los confusos seres vivientes
de los que cuida.
La peligrosa
sensibilidad de Platón para los
temas peligrosos acierta de lleno en el punto débilo de toda pedagogía y
política de la alta cultura: la desigualdad efectiva de los hombres ante el
conocimiento que da lugar al poder. Bajo la forma lógica de un ejercicio
grotesco de la definición, el diálogo del Político
desarrolla el preámbulo de una antropotécnica política; en él se juega no ya la
guía domesticadora de un rebaño ya domesticado, sino la renovada cría
sistemática de ejemplares humanos más próximos al arquetipo. El ejercicio
comienza de manera tan cómica, que incluso su final, ya en modo alguno cómico,
también podría fácilmente desvanecerse entre risas. ¿Qué es más grotesco que
una definición de la política como una disciplina que trata de los rebaños de
seres pedestres? Pues sabe Dios que los conductores de hombres no ejercen la
cría de animales acuáticos, sino de animales que andan sobre la tierra. Entre
éstos hay que separar a los alados de los no alados y caminantes si se quiere
llegar a las poblaciones humanas, que carecen como es sabido de alas y plumas.
Entonces continúa diciendo el Extranjero que este mismo pueblo pedestre bajo el
dominio de la naturaleza, de nuevo se divide claramente en dos grupos: “unos,
descornados, los otros, con cuernos”. Esto, un interlocutor dócil no deja que
se lo digan dos veces. A ambos grupos corresponden igualmente dos tipos de arte
pastoril: pastores para rebaños de animales con cuernos, y pastores para
rebaños que carecen de ellos. Sería así evidente que sólo se encontrará al
verdadero conductor de los grupos humanos eliminando a los pastores de los
animales con cuernos. Pues si se quisiera custodiar a los hombres con pastores
de animales con cuernos, qué más se podría esperar que abusos por parte de los
ineptos y aptos en apariencia. Por consiguiente, los buenos reyes o basileioi, dice el Extranjero,
apacientan un rebaño sin cuernos (265d). Pero esto no es todo: deben además
encarar la tarea de cuidar a seres vivientes sin mezcla, es decir, criaturas
que no copulen fuera de su especie, como suelen hacer a veces caballos y
burros. Deberán entonces velar por la endogamia, y buscar medios para impedir
el mestizaje. Si agregamos a estos implumes, descornados, endógamos, por último
el carácter bípedo, quedaría seleccionado el arte de la custodia aplicada a
bípedos implumes sin cuernos, surgidos de apareamientos sin mezcla, como el
arte verdadero, contrapuesto a toda otra competencia. Este arte de la custodia
providencial, deberá ser dividido otra vez en tiránico-forzado y libre. Si
eliminamos esta vez la forma tiránica como falsa y engañosa, lo que queda será
el arte estatal auténtico, definido como “el voluntario cuidado de los
rebaños... de seres voluntarios” (276e).
Hasta tal punto
entendió Platón presentar su
doctrina del arte del estadista bajo imágenes de pastores y rebaños, y de
docenas de espejismos de este arte, eligió él la única imagen verdadera, la
idea legítima de la cosa que estaba en tela de juicio. Ahora sin embargo,
cuando la definición parece perfecta, el diálogo salta hacia otra metáfora, y
esto no ocurre, como veremos más adelante, para renunciar a lo ya obtenido,
sino para abordar la parte más difícil de la crianza humana, dirigir con una
política de cría, la reproducción. Aquí es donde entra en juego la famosa
comparación del hombre de Estado con el tejedor. El auténtico y verdadero
fundamento del arte real no se encuentra de este modo, según Platón, en el voto de unos
conciudadanos, que ofrecen o retiran a voluntad su confianza hacia el político;
y no radica tampoco en privilegios hereditarios ni usurpados. El gobernante
platónico encuentra la razón de su dominio sólo en su real saber en materia de
crianza, es decir, en un experto saber del tipo más raro y cuidadoso. Aquí
surge el fantasma de una monarquía de los expertos, cuyos títulos se fundaran
en el conocimiento de la mejor manera de seleccionar y cruzar a los hombres,
sin que esto cause perjuicio alguno a su libre voluntad. La antropotécnica real
exige entonces del estadista que entienda cómo entrelazar entre sí para el Estado,
y del modo más efectivo, las propiedades propicias de personas dóciles por
libre voluntad, de modo que bajo su dirección, alcance el Parque Humano una
homeostasis óptima. Esto ocurre cuando ambos óptimos relativos del género
humano, la osadía guerrera por un lado, y la sensatez filosófico-humana, por el
otro, llegan a entramarse equilibradamente en el tejido del Estado.
Pero como ambas
virtudes en su unilateralidad pueden ocasionar respectivamente corrupciones
específicas –la primera el deseo de guerra militarista y sus consecuencias
devastadoras para la patria; la segunda, el aislacionismo intelectual, que
puede ser tan indolente y apartado de los asuntos del Estado que conduzca sin
advertirlo a la esclavitud del país–, por ello debe el estadista escardar las
naturalezas impropias, antes de poder tejer el Estado con aquellas que son
adecuadas. Sólo con las restantes naturalezas nobles y voluntarias se puede
crear el buen Estado –con lo cual, los osados cumplen el papel de los hilos más
gruesos, los sensatos el del “hilado más rico, delicado y entrelazado”, en
palabras de Schleiermacher, es
decir, hablando algo anacrónicamente, que estos últimos asumirán el negocio de
la cultura.
“Diremos
entonces que este tejido sería la obra consumada de la acción política, cuando,
tomando los dos caracteres humanos de la osadía y la sensatez, la ciencia real
une ambas vidas por medio de la concordia y la amistad en una unidad común, y
realizando así el tejido más magnífico y excelente de todos, envuelve a todos los
habitantes de la ciudad, libres o esclavos, en su trama...” [311b, c]
Al lector moderno
–cuya mirada retrospectiva se topa con los gimnasios humanistas de la burguesía
y con la eugenesia fascista, así como prevé la era de la biotecnología–, le
resulta difícil reconocer el carácter explosivo de estos pensamientos. Lo que Platón pone en boca de su Extranjero,
es el programa de una sociedad humanista, que se encarna en un único humanista
absoluto, el amo real de la ciencia pastoril. La tarea de este superhumanista
no sería otra que la planificación de las propiedades de una élite, que habría
que criar expresamente por el bien de todos.
Queda por
considerar una complicación: el pastor platónico sólo es un verdadero pastor
cuando encarna la imagen terrenal del único y original Pastor verdadero... Del
dios que en el tiempo primordial, bajo el dominio de Cronos, cuidó de los
hombres. No hay que olvidar que también para Platón el dios es el único e indiscutible custodio y criador
original del ser humano. Ahora, sin embargo, tras la revolución (metabolé), por la cual, bajo el gobierno
de Zeus, los dioses se retiraron, y dejaron a los hombres el cuidado de velar
por sí mismos, queda como más digno custodio y criador el sabio, con el cual se
hace más vivo el recuerdo de la contemplación celeste del Bien. Sin la imagen
rectora del sabio, el cuidado de los hombres por los hombres no es más que una
pasión estéril.
Dos mil quinientos
años después de la obra platónica, parece ahora como si no sólo los dioses,
sino también los sabios se hubieran retirado, y nos hubieran dejado del todo
solos con nuestra falta de sabiduría y nuestros conocimientos a medias. Lo que
nos queda en lugar del sabio, son sus escritos con su áspero brillo y su
creciente oscuridad; todavía se presentan en ediciones más o menos accesibles,
todavía pueden ser leídos con sólo quererlo. Su destino es permanecer en
quietos estantes como cartas detenidas y que ya no serán entregadas: imágenes o
espejismos de una sabiduría que ya no logra la creencia de los contemporáneos,
enviada por autores de los que ya no sabremos si podrían ser nuestros amigos.
Peter Sloterdijk, Normas para el parque humano. Una respuesta
a la ‘Carta sobre el humanismo’ de Heidegger, (1999)
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