Hegel i Heràclit.


El lector que sigue los meandros de la lógica de la hegeliana  Lógica de la Esenciacuando lleva un rato pensando en la igualdad se encuentra no de repente pero sí inevitablemente pensando en la desigualdad. Ello ocurre porque la idea misma de  igualdad muta en idea de desigualdad. Pero el lector observa que la igualdad concierne de entrada al uno: uno es igual a sí mismo, uno recibe el atributo de la igualdad. Mas entonces, el mutar en desigualdad de la igualdad, supone el mutar de uno en desigual a sí mismo, o si se prefiere mutar de la propia identidad en alteridad. Asunto éste que queda perfectamente reflejado en la expresión gráfica del principio de identidad, pues para decir que la cosa A es igual  a sí misma ponemos dos A, y no una,  separadas por el signo de igualdad: A=A, la igualdad una relación entre A y A.
En la propia identidad de una cosa se inserta la desigualdad, es decir polaridad respecto a dos rasgos incompatibles Así pues el primer A igual a A es un incompatible respecto  a este su igual, y viceversa. El  incompatible está en uno, la dicotomía esta en el seno de cada cosa. Afirmar que  tras la  igualdad  de una cosa con respecto a sí misma se cierne su desigualdad respecto a las demás, supone afirmar que nunca hay sólo una cosa,  que una cosa es  (al menos) dos cosas.
Muy sensato y prudente queda ahora por comparación el principio de los indiscernibles. Ciertamente si hay dos,  son desiguales, pero además si hay uno hay dos; uno es dos. Pero para haber ha de haber al menos uno, luego  la desigualdad  es inevitable al ser o haber.
A otro  pensador  también calificado de oscuro, se le atribuye el haber sostenido  que los que  descienden al  mismo río son sumergidos por aguas diferentes y en general que lo que se asemeja idéntico a sí mismo se revela en realidad ser otro.  A él se atribuye también la afirmación de que la palabra justicia sólo alcanza sentido en razón de la injusticia y que al remover muchas parcelas de tierra se encuentran pocas pepitas de oro.
La vinculación  entre Hegel y Heráclito es un lugar común de la historiografía filosófica.  Y ciertamente las  afinidades son sorprendentes incluso en lo referente a la permanente ambigüedad respecto a si las proposiciones que se afirman son atribuibles al sujeto que habla o al hablar como tal. Con motivo de una lectura compartida de capítulos de la Ciencia de la Lógica  efectuada en París durante los años en los que se hallaba allí exiliado,  Agustín García Calvo señalaba que las palabras de arranque, Ser, puro ser (Sein, reines Sein) podrían perfectamente entenderse "yo puro yo". La ironía era evidente: se intentaba poner de relieve que todo parecía tener una tonalidad más bien ególatra en ese texto de Hegel. Sin embargo el gran correo  de  Heráclito que era García Calvo sabía  que también en el pensador de Éfeso se daba esa ambigüedad,  pareciendo  que el que habla se identifica a la razón común en nombre de la cual habla, mientras que los otros hombres se mostrarían sordos a la misma.
En cualquier caso, erigiéndose o no en encarnaciones de la razón que ambos reclaman como motor del mundo, Hegel y Heráclito comparten el punto esencial del que me ocupo hoy aquí, a saber: en primer lugar  que la armonía pre- establecida entre seres múltiples es una ilusión de la representación   y que tras la aparente yuxtaposición de identidades se esconde  una   desigualdad,  la cual  a su vez esconde una polaridad más radical  ( polemos -conflicto- en el que Heráclito ve matriz de las cosas); en segundo lugar, que no se escapa a esta polaridad conflictiva  huyendo de la relación con otro , refugiándose en sí mismo, puesto que la propia igualdad, que uno ciertamente mantiene consigo, lleva en si la disparidad.
Víctor Gómez Pin, Asuntos metafísicos 88, El Boomeran(g), 05/03/2015

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