text 85: Fernando Broncano, Desafíos éticos del coronavirus




1.Libertad vs salud pública:
El miedo a una nueva pandemia posiblemente sirva como imaginario para justificar plataformas aún más poderosas y finas en el control de las personas. La tecnología 5G, que en muchos sentidos hará muchas cosas de la vida más sencilla, también permitirá la creación de dispositivos nuevos y sistemáticos de control que, además, en muchos casos serán servicios ofrecidos al estado por grandes plataformas privadas. Del mismo modo que ya debemos anticiparnos para imaginar economías alternativas tras la catástrofe que se nos viene encima, también debemos hacerlo para crear nuevos controles públicos a la voracidad del control sobre las personas. Las nuevas formulaciones de los derechos, del Estado de Derecho, van a ser muy complejas porque no es sencillo regular estos nuevos poderes.

2. ¿Menos discurso emocional y más discurso racional?
En el mundo contemporáneo, el control militar está siendo sustituido por el control tecnológico. Ahora hemos visto qué ocurre cuando se extiende una pandemia de virus, y cómo dependemos de nuestras capacidades de reacción. Imaginemos una pandemia tecnológica con un apagón general de las grandes plataformas. Todo esto está llevando a mucha gente a confiar cada vez más en sociedades autoritarias y centralistas. La ola de admiración que suscita China va en la dirección de una cierta nostalgia por las sociedades de orden y alta producción tecnológica. No se dan cuenta de que el autoritarismo se está asentando mucho más profundamente que por la vía emocional. Y sobre todo no son conscientes de que las democracias son mucho más fuertes que las sociedades autoritarias para encontrar soluciones y para negociar el reparto de autoridades entre expertos y ciudadanos. Me atrevo a anticipar que a la ola de populismos le va a seguir una ola de tecnocracias.

3. ¿Cambiará nuestra relación con la muerte?
La pandemia nos ha hecho ver muchas cosas que no veíamos. Habíamos levantado un muro de ignorancia (de nuevo el poder del no saber) sobre las vulnerabilidades personales y colectivas. La muerte se había convertido en algo aséptico que ocurría en habitaciones de hospital y se gestionaba en salas acondicionadas de funeraria, algo ya muy de trámite. Los ancianos habían desaparecido de las casas confinados en nuevas instituciones que eran uno de los grandes fenómenos del momento. La sociedad antiséptica era sobre todo una sociedad hecha para no pensar en la muerte. De pronto hemos visto los sistemas sanitarios desbordados, los enfermos por los pasillos, las residencias convertidas en morideros en las más espantosas condiciones, el personal sanitario convertido en víctimas potenciales de la contaminación vírica. Como en el cuento, nos fuimos a Samarra para que la muerte no nos encontrase sin saber que allí estaba esperándonos. La muerte es parte de la vida, es algo que vamos a aprender por la vía de los hechos y que en adelante tendremos que gestionar de otra forma, sabiendo que su presencia es permanente y no es solo una lotería singular para personas contadas individualmente, sino una realidad que afecta a todas las sociedades. Tendremos que repensar nuestros sistemas de salud, sabiendo que las pirámides de población invertidas producen sociedades muy frágiles y con poca capacidad de reacción. Tendremos que repensar los imaginarios sociales que han acompañado a las generaciones que están más arriba en el gráfico.

Espero que ahora encontremos una nueva conciencia de la interdependencia compleja de las generaciones. Por un lado, reorganizar la sociedad para que los jóvenes puedan tener proyectos de vida y crear sus familias, algo que cada vez les es más difícil. Por otro lado, habrá que redefinir el papel cultural de las generaciones mayores en un mundo en que serán una fracción considerable. Será necesario pensar las edades del ser humano como relatos de vida largos, construir una sociedad que aproveche todas las posibilidades, las de la fuerza y el espíritu creativo y las de la experiencia. En los dos polos de vulnerabilidad están los jóvenes, sin futuro, y los viejos, en la soledad de casas desoladas o confinados en residencias negocio. Tenemos que reordenar los espacios sociales para que esto deje de ser la regla.

4. La pugna por el relato de lo que ocurre
No tiene ya mucho sentido la idea de la diferencia entre la presencia física y la realidad virtual. Se ha entremezclado todo. La muerte por los pasillos no es ya un espectáculo como la guerra de Irak en la primera guerra del Golfo: es algo nuevo, en donde la distancia y la presencia se entremezclan. Más que la idea de espectáculo hay que pensar en la de teletrabajo como forma cultural y económica que ha llegado para quedarse y que va a redefinir las empresas del futuro. Aún no sabemos cómo, pero no creo que la etapa de confinamiento desaparezca cuando lo haga el virus, probablemente dará paso a nuevas formas de organización de la vida y el trabajo (también de la explotación).
El asunto ha cobrado una dimensión tan espeluznante que incluso el rey de la posverdad y las fake, Trump (o sus imitadores Boris Johnson y Bolsonaro) han quedado desbordados por la invasión de la realidad en sus propios autoengaños. El control de la información, tal como lo hemos vivido, ha quedado pequeño ante las dimensiones socioeconómicas de la pandemia. El mundo ha entrado en una fase histórica en donde no se trata ya de quién se queda con el relato sino de quién será capaz de hacer un relato medianamente consistente de lo que ocurre.

5. ¿El fin del discurso identitario?
Manuel Castell sostenía en su trilogía famosa sobre la sociedad informacional, en los años noventa, que la identidad se iba a convertir en la fuerza política más activa en la sociedad red globalizada. La historia posterior le ha dado la razón. En un mundo cada vez más homogéneo-política y económicamente, las estrategias simbólicas de identidad han ido comiendo el terreno a los programas de transformación estructural de la sociedad. Los fundamentalismos religiosos, las políticas de agravio y los nacionalismos han sido las modalidades políticas más visibles desde hace tres décadas. Por primera vez nos enfrentamos a una amenaza que no parece distinguir fronteras, ni clases (aunque el sufrimiento producido sí) ni religiones ni otras formas de identidad. Me atrevo a soñar con que esta catástrofe tenga como resultado una nueva conciencia de interdependencia que no resuelve por sí misma la cuestión de las identidades, pero sí que las plantea en un marco de alteridad nuevo. No será posible ya definir las identidades en modalidades de diferencia autista, será imprescindible construir relatos en los que la voz del otro, el otro contra el que se construyó la identidad, comience a formar parte del propio relato.

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