text 83:Simón Díaz Montoya, Pensar la catástrofe: riesgo e incertidumbre




Fragilidad y antifragilidad
En toda esta colección (¡sin contar toda la glosa suplementaria a estas posiciones de base!), asombra la manera como se desestima rápidamente la incertidumbre misma atada al coronavirus para pasar a los viejos adversarios de siempre. A un costado lejano, aparece una singular excepción: Nassim N. Taleb. Este heterodoxo filósofo de la probabilidad, una suerte de Montaigne del siglo XXI, no solo está advirtiendo (junto con Joseph Norman y Yaneer Bar-Yam) sobre el riesgo pandémico del coronavirus desde el 25 de enero (cuando había apenas dos mil casos confirmados y sesenta muertes reportadas, a diferencia de hoy, 25 de marzo, que estamos con 445 000 casos confirmados y 20 000 muertes reportadas), sino que además posee toda una obra ensayística y técnica —el Incerto— dedicada a comprender la incertidumbre en la toma de decisiones. Para Taleb, el riesgo no es solamente un objeto de contemplación intelectual, sino una experiencia de su vida misma: durante 22 años fue trader de opciones en bolsa de Nueva York. Esta particular combinación de un erudito autodidacta de la incertidumbre y un tomador-de-riesgos experimentado se vuelve verdaderamente relevante en la presente coyuntura pandémica.

El corazón del pensamiento de Taleb yace en su manera de conectar una distinción real entre dos clases de riesgo y una elaboración sobre la fragilidad o antifragilidad allí implicada. Usualmente, asumimos que todos los riesgos son iguales y que solo varían por grados menores o mayores. Pero Taleb llama la atención sobre dos clases realmente diferenciadas de riesgos: los de mediocristán y los de extremistán. En mediocristán, los riesgos son moderados y frecuentes, además lo peor que puede pasar es el error (incluso uno grave). En extremistán, los riesgos son extremos y raros, pero lo peor que puede pasar es la ruina (el colapso total e irreversible de un sistema). Muchas veces creemos vivir en mediocristán sin darnos cuenta de que estamos atrapados en extremistán. Esta confusión es común y peligrosa, pues ignoramos la fragilidad o antifragilidad implicada en cada dominio.
De acuerdo con Taleb, las vidas comparadas de un taxista y un oficinista ofrecen una buena alegoría para comprender este punto. A primera vista, la vida del taxista está llena de volatilidad: debe ganarse su ingreso cada día y está sujeto a las más diversas fluctuaciones (robos, clima, protestas, etc.). En cambio, la vida del oficinista está llena de estabilidad: tiene horario, salario asegurado, Seguridad Social, primas y vacaciones pagas. No obstante, visto más de cerca, la vida del taxista es antifrágil: no solo absorbe más rápidamente los choques (un día malo se compensa con más trabajo al día siguiente), sino que además se beneficia de sus errores (aprende sobre atajos y zonas peligrosas); en cambio, la vida del oficinista es frágil: la ausencia de choques frecuentes pequeños implica muchas veces la presencia de choques raros grandes (de repente, la empresa quiebra y todos pierden su trabajo) y la obsesión por evitar a toda costa los errores hace que cuando lleguen sean devastadores (como solucionar problemas acumulando deudas, en vez de asumir pérdidas).
Para nuestro sentido común, la vida del taxista es más riesgosa que la del oficinista; pero si consideremos la fragilidad y la antifragilidad de cada sistema, lo contrario resulta cierto. Aunque el taxista asume más riesgos, son riesgos moderados (muchos choques/errores corregibles). Los del oficinista, en cambio, son extremos (un solo choque/error irreversible). Y es justo este punto lo que revela la intuición más poderosa de Taleb: la incertidumbre no aparece o desaparece por nuestra capacidad de predecir riesgos, sino por nuestra capacidad de evaluar la exposición asociada a esos riesgos. Paradójicamente, en el mundo real, donde debemos tomar decisiones con información parcial y con el tiempo contado, la incertidumbre epistémica muestra la necesidad de la certidumbre práctica: ante riesgos extremos (en los cuales aparece la ruina como posibilidad), debemos proceder con máxima precaución.
De «como una gripe» a pandemia
Volvamos a la pandemia. En enero del año en curso, escuchamos a muchos expertos renombrados (y a muchos filósofos también) desestimar el riesgo de una pandemia de coronavirus asociando esta enfermedad a algo «menos peligroso que la gripe común». Solo hasta el 11 de marzo, ya con datos en manos (a pesar de que ese nunca ha sido el punto, como explica Harry Crane), la Organización Mundial de la Salud (OMS) declara una pandemia. ¿A qué se debe este titubeo de tres meses? En buena medida, tiene que ver con el modo indistinto de evaluar riesgos que usan los gobiernos, las organizaciones y las empresas: cálculo de probabilidades y análisis costo/beneficio con base en evidencia.
A la luz de las consideraciones de Taleb, esto es una locura: nos empecinamos calculando la probabilidad de la pandemia y evaluando el coste/beneficio sobre la economía como si estuviéramos lidiando con un riesgo moderado. Sin embargo, era posible determinar el riesgo como extremo y nuestra posición como frágil incluso al comienzo del año, sin datos suficientes y sin pronósticos concluyentes. Para Taleb, lo que importa no es la mayor o menor certeza que podamos atribuirle a la (ya real, pero en ese entonces posible) pandemia, sino la incertidumbre asociada a las consecuencias desconocidas de su realización. En otras palabras, incluso si en enero hubiéramos dicho con toda confianza que había un 99 % de probabilidad de evitar la pandemia de coronavirus, ese 1 % restante era tan potencialmente devastador (por su rápido contagio y alta demanda hospitalaria) y revelaba una fragilidad tan colosal (por su capacidad de interrumpir severamente la vida cotidiana) que aun así debimos haber atendido el peligro con sumo cuidado.
¿Una pandemia probable o improbable?
Esta es la conclusión «talebiana» de cambiar el énfasis en la valoración de los riesgos: lo crucial está en considerar la exposición (en términos de frágil/antifrágil) y no la probabilidad (en términos de evidencia/ausencia de evidencia). No importa qué tan probable o improbable era la pandemia en enero, lo único que importaba era que si esa probabilidad no era cero se considerara la exposición a ella.
Estos meses han mostrado, en efecto, la fragilidad de nuestro sistema-mundo frente a un evento extremo: la alta eficiencia del comercio global, una vez interrumpida, resulta en desabastecimientos generales de elementos médicos (como mascarillas y equipos de protección personal) necesarios para lidiar con la pandemia; el flujo elevado de pasajeros que viajan en vuelos por todo el mundo crea una cadena de contagio mundial difícil de rastrear; las economías nacionales revelan su ausencia de redundancias para ayudas sociales en medio de la crisis, al estar tan absorbidas por las dinámicas de la economía mundial (fluctuaciones financieras y cadenas de valor internacionales); los sistemas de salud optimizados y sobrecargados de la mayoría de países se ven incapaces de lidiar con la severidad de los casos de coronavirus que requieren hospitalización y asimismo esto trae como efecto de segundo orden una alteración de todos los demás tratamientos médicos; el confinamiento obligatorio de poblaciones extensas muestra la precariedad permanente de buena parte de las masas trabajadoras del mundo (en tanto parar todo dos semanas es lo mismo que dejar de comer dos semanas) y probablemente se vuelve el punto ciego más grave de todas las medidas de mitigación/contención que dependan de cuarentenas; los efectos psicosociales imprevistos del aislamiento prolongado indican el riesgo de la aparición de problemas de salud mental asociados al encierro (ansiedad, depresión, obsesión, etc.), el aumento del abuso intrafamiliar e incluso (como pasó en China) del alza en las tasas de divorcio pospandemia.
En últimas, el valor del enfoque de Taleb está en su comprensión de la incertidumbre. Algunas veces, como ocurre con los riesgos moderados, podemos domesticar la incertidumbre para nuestro beneficio. Otras veces, como ocurre con los riesgos extremos, debemos reconocerla y domesticarnos a nosotros mismos (al respecto, una nota: curiosamente, Taleb fue consultor del gobierno de Singapur hace unos años para aconsejarlos sobre cómo robustecer las prevenciones antipandémicas; actualmente Singapur tiene 631 casos confirmados y dos muertes reportadas a pesar de que su primer caso llegó el 23 de enero). Cada vez más, dada la incesante globalización y homogenización del sistema-mundo, tendremos que lidiar con esta segunda clase de riesgos. En esos casos, no habrá segundas oportunidades. De ahí que, justamente, la catástrofe sea el punto de partida para una filosofía, como la de Taleb, esencialmente preocupada por la incertidumbre y el riesgo.
https://www.filco.es/pensar-la-catastrofe-riesgo-e-incertidumbre/?fbclid=IwAR3Nthzm6jJKz5EhRa8HdRZc4ePX4iop1Bev4NNUYUiZW_5VymOAlquFSOg

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