text 76: Luca Paltrinieri, Ensayo general para una apocalipsis diferenciado




China está construyendo el futuro posapocalíptico del mundo: un futuro basado en la planificación del crecimiento económico y la domesticación de los espíritus animales del mercado (el plan colosal de control de natalidad de hace algunos años, ya iba en esta dirección); un modelo de gobierno absolutamente antidemocrático (ya que no se trata en absoluto de construir un consenso a través la confrontación de opiniones, sino de retroceder hacia una base común de valores que unifique al pueblo chino en la marcha hacia la dominación mundial); una biopolítica que responde a estos criterios, fundada sobre el control total, disciplinario de la población, pero también, simultáneamente, sobre la extensión de la protección social y sanitaria a sectores cada vez más amplios (como lo demuestra el ambicioso plan de seguridad social y sanitaria para toda la población china).
Lo que realmente no tiene precedentes en China es la idea misma de que el Estado se haga cargo de la salud de la población, lo que genera una nueva demanda, creciente y explosiva; una demanda de asistencia sanitaria que anteriormente estaba a cargo de la familia, la aldea, o simplemente de nadie.
En un contexto en el que el coronavirus representa una amenaza de hacinamiento para estructuras sanitarias y hospitalarias aún frágiles, el lockdown (confinamiento) permite contener la epidemia dentro de ciertos límites, apoyándose sobre las estructuras de un Estado “autoritario” (si es que esta palabra tiene algún sentido en China), sin construir, por tanto, un “estado de excepción”. Los propios chinos parecen ser conscientes de que lo que está sucediendo no es más que una etapa en la construcción del futuro de China como la única potencia mundial.
Vamos a Europa y, más específicamente, a Italia. Aquí no se construye ningún modelo político para “el futuro”, a lo sumo se gesta como un puro presente en decadencia (frente a quienes continúan hablando de Italia como un “laboratorio biopolítico”, pero ¿de qué?, ¿laboratorio del fin del mundo?).
Tal como Esposito insinúa al final de su intervención (7), las ordenanzas y decretos promulgados por el gobierno italiano, tienen más relación con el carácter famélico del Estado-providencia, que con la extensión del dominio biopolítico y, más específicamente, con la estructura sanitaria sometida a treinta años de destrucción programática por parte de los gobiernos de “adelgazamiento” neoliberal y la llamada new public management.
Por otra parte, la situación es similar, si no peor, en la Francia desde donde escribe Nancy, donde Macron no solo ha contribuido a consumar la destrucción del concepto mismo de hospital, sino que también arrojó al más severo burn out a la casi totalidad del personal médico y está haciendo, literalmente, morir de hambre a buena parte del personal administrativo (lo que explica la simpatía general por el movimiento de los chalecos amarillos, que no son objeto de piedad, sino de identificación para la mayoría de la población). Probablemente, es la conciencia de esta destrucción la que empuja a Nancy a aprobar ciertas medidas de contención del virus, especialmente si se considera que los primeros en estar en riesgo son los más débiles, como él, afectados por diversas patologías, no sólo porque están más expuestos al coronavirus y sus consecuencias perjudiciales, sino también porque están expuestos al riesgo del descuido, el abandono, en suma, por estructuras médicas incapaces de manejar la emergencia, incluida la gripe, porque fundamentalmente carecen de recursos.
En resumen, lo que vivimos en Europa no es la extensión de la biopolítica como régimen de una potencia encarnada en el Estado que hace vivir y abandona a la muerte las vidas excedentarias. Más bien, asistimos, estupefactos en estos días, a la prueba de que el neoliberalismo ha anulado literalmente la opción biopolítica moderna, que es la capacidad de “hacer vivir”, centrada en el círculo virtuoso entre el desarrollo económico y población (en sentido cuantitativo, pero también cualitativo), opción en la que se sostuvo, durante al menos tres siglos, la posibilidad misma de eso que nosotros, “europeos”, llamamos libertad.
Lamento apelar a nociones tan ásperas como el inconsciente colectivo para explicar la psicosis colectiva de estos días, pero en cierto sentido las medidas tomadas por el gobierno italiano, representan un modo de dirigirse a este inconsciente, que ya es, repito, un inconsciente del apocalipsis. El problema central, me parece, es cómo dar una expresión concreta a este inconsciente sin traducirlo en los términos banales de una elección entre el egoísmo personal y la vida de los pobres, porque el problema central es lo que entendemos por libertad o por acción humana. La opción china de la libertad como control del mundo, no es solo, en lo que a nosotros respecta, una especie de pesadilla totalitaria: simplemente, para nosotros, aquí y ahora, en Europa, ya no es una opción posible. La respuesta de los partidos europeos autoritarios, fascistas o nacionalistas, que buscan vendernos una salvación contra los otros —los desesperados del mundo que serán los primeros en ser hundidos—, en nombre de la libertad liberal de elección y opinión, no solo es moralmente insostenible, sino un espejismo para la cortina de humo que intenta esconder la inevitable guerra de clases entre los hundidos y los salvados dentro de las fronteras. Todos conocemos la respuesta de fondo: la única posibilidad de salvar a alguien implica terminar con una cierta idea de libertad como crecimiento económico, elección material y propiedad individual. Es necesario volver a comenzar, al modo spinoziano, no desde aquello que nos es permitido, sino desde lo que es posible. El virus nos pone frente a la necesidad de no dejar solos a los pocos que ya se han aventurado por esta vía.
https://www.elsaltodiario.com/laplaza/pruebas-generales-apocalipsis-diversificado-luca-Paltrinieri?fbclid=IwAR1yAN9hdpR1ZSDl4d9_eHVW5Ortvykjfn3a_NC5G4NTqhmbLPiW3TloUnM

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