text 66: Santiago Alba Rico y Yayo Herrero, ¿Estamos en guerra?







Digámoslo con toda claridad: lo que estamos viviendo no es una guerra, es una catástrofe. En una catástrofe puede ser necesario movilizar todos los recursos disponibles para proteger a la sociedad civil, incluidos los equipos y la experiencia del Ejército, pero el hecho de que una catástrofe exija tomar medidas de excepción no autoriza sin peligro a emplear una metáfora que, como todas las metáforas, transforma la sensibilidad de los oyentes y moldea la recepción misma de los mensajes. Llamar a las cosas por otro nombre, si no estamos haciendo poesía, si estamos hablando además de cuidar, curar, repartir y proteger, puede resultar una pésima política sanitaria; una pésima política. Ahora que estamos afrontando la realidad –frente al mundo de ilimitada fantasía en que habíamos vivido en Europa las últimas décadas– no deberíamos deformarla con tropos extraídos del peor legado de nuestra tradición occidental. Como marco de apelación, interpretación y decisión, la metáfora de la guerra –salvo que la utilicen los médicos y los sanitarios abrumados por las muertes que no pueden evitar– nos debe suscitar una enorme preocupación.
Con esta metáfora de la guerra, en efecto, ocurre algo paradójico: se humaniza al virus, que adquiere de pronto personalidad y voluntad. Se le otorga agencia e intención y se deshumaniza y criminaliza a sus portadores, que en realidad son las víctimas1. El enemigo de este desafío sanitario, si se quiere, está potencialmente dentro de uno mismo, lo que excluye de entrada su transformación en objeto de persecución o agresión bélica.
Sólo se puede hacer la guerra entre humanos y a otros humanos y, si hay que “guerrear” contra el virus, acabaremos haciendo la guerra contra los cuerpos que lo portan o, lo que es lo mismo, contra la propia humanidad que queremos bélicamente  proteger. En estado de “catástrofe” es sin duda muy necesario “reprimir” severamente, como se hace con los transgresores del código de circulación, a quienes violan el confinamiento poniéndose en peligro a sí mismos, a sus vecinos y al sistema sanitario en general, pero ni siquiera esos pueden ser los “enemigos” de una “contienda bélica”, salvo que queramos confundir, en efecto, el virus con sus potenciales portadores, y generar, además, una “guerra” civil entre los potenciales portadores.
Un virus no es un enemigo consciente y malvado, es inherente a la propia vida. Lo terrible es construir sociedades ajenas e ignorantes de que los virus, la enfermedad, la mala cosecha o la tempestad existen. Construir economías y políticas sobre la fantasía del ser humano, como un ser sin cuerpo y sin anclaje en la tierra que le sustenta es lo que genera una guerra contra la vida,  contra los ciclos, contra los límites, los vínculos y las relaciones. En los momentos de bonanza se esconden e invisibilizan, restándoles valor y despreciando, precisamente las tareas, oficios y tiempos de cuidado que solo se hacen visibles en las catástrofes y en las guerras.
La guerra, violencia armada, es precisamente la negación del cuidado, masculinidad errada, justificación del sacrificio de vidas humanas en aras de una causa superior. Ahora bien, no debemos olvidar que aquí la “causa superior” es precisamente la salvación de todas y cada una de las vidas humanas en peligro. No se trata de dar virilmente la vida por la causa gritando viva la muerte, sino que la causa es el mantenimiento de la propia vida. No existirá una victoria final que dependerá de la disciplina y de la conversión en soldados, como señalaba en su comparecencia el General Villarroya. El sacrificio al que se apela, tanto en la catástrofe como en la retaguardia de cualquier guerra, no es más que la intensificación de la lógica del cuidado, de la precaución, del sostenimiento cotidiano e intencional de la vida en tiempos de catástrofe, que son los mismos esfuerzos que hay que hacer para sostenerla cotidianamente. 
Al contrario que en una guerra, no hay ninguna causa superior que la salvación de todas y cada una de las vidas humanas. Venceremos sólo si no hay víctimas humanas. O son las menos posibles. 


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