No hi ha filosofia que no sigui filosofia viscuda (Pierre Hadot).
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Los estoicos distinguían entre el discurso filosófico y la filosofía misma.
Al dividir el discurso filosófico en tres partes, la lógica, la física y la
ética, querían decir que, cuando se enseña filosofía, se les explica a los
alumnos la teoría de la lógica, la teoría de la física, la teoría de la moral.
Pero, al mismo tiempo, decían que aquel discurso filosófico no era filosofía.
La filosofía era el ejercicio efectivo, concreto, vivido, la práctica de la
lógica, de la ética y de la física. La verdadera lógica no es la teoría pura de
la lógica, sino la lógica vivida, el acto de pensar de una manera correcta, (…)
en criticar las representaciones, es decir, las imágenes que vienen del mundo exterior,
en no precipitarse para decir que tal cosa que ocurre es un mal o un bien, sino
en reflexionar, criticar la representación.
Ello es evidentemente cierto también para la ética. La verdadera ética no
es la teoría de la ética, sino la ética vivida en la vida con los otros
hombres. Ocurre lo mismo con la física. (…) Esta física vivida consiste en
primer lugar en ver las cosas tal y como son, no desde un punto de vista
antropomórfico y egoísta, sino des de la perspectiva del cosmos y de la
naturaleza. (…)
Esta física vivida consiste también en tomar conciencia del hecho de que
somos una parte del Todo y que hay que aceptar el desarrollo necesario de este
Todo con el que nos identificamos, ya que somos una de sus partes. Consiste,
finalmente, en contemplar el universo en su esplendor, reconociendo la belleza
de las cosas más humildes. (146-147)
De hecho, hay dos maneras de aprehender el mundo. Está la manera
científica, que utiliza instrumentos de medida y de exploración y cálculos
matemáticos. Pero hay también un uso ingenuo de la percepción. Podremos
comprender menor esta dualidad pensado en la apreciación de Husserl, retomada por Merleau-Ponty: la física teórica admite
y prueba que la Tierra se mueve, pero, desde el punto de vista de la
precepción, la Tierra es inmóvil. Ahora bien, la percepción es el fundamento
mismo de la vida que vivimos. (…) Habría que llamarla toma de conciencia de la
presencia del mundo y de nuestra pertenencia al mundo. Aquí, la experiencia del
filósofo se une a la del poeta y el pintor. En efecto, este ejercicio, como ha
mostrado bien Bergson, consiste en
superar la concepción utilitaria que tenemos del mundo para llegar a una
percepción desinteresada, no en tanto que medio para satisfacer nuestros
intereses, sino simplemente en tanto que mundo, que surge ante nosotros como si
lo viéramos por primera vez. “La verdadera filosofía –ha dicho Merleau-Ponty- es volver a aprender a
ver el mundo” (149)
No se trata solamente de una contemplación puramente estética, que tiene
sin duda un valor capital, sino de un ejercicio destinado a hacernos superar,
una vez más, nuestro punto de vista parcial y pasional, para hacernos ver las
cosas y nuestra existencia personal desde una perspectiva cósmica y universal,
de volver a situarnos así en el acontecimiento inmenso del universo, pero
también, podríamos decir, en el misterio insondable de la existencia. Es esto
lo que llamo la consciencia cósmica. (150)
El problema del filósofo es que por una parte debería separarse del mundo,
pero por otra de hecho ha de volver a él y llevar la vida cotidiana con los
demás. Sócrates siempre fue el
modelo en este terreno: pienso en un bello texto de Plutarco que dice justamente: Sócrates
era filósofo, no por enseñar en una cátedra, sino porque hablaba con sus
amigos, bromeaba con ellos; iba también al ágora y, después de todo esto, tuvo
una muerte ejemplar. Así pues, la práctica de la vida cotidiana de Sócrates es
su verdadera filosofía. (156)
Se podría pensar que hay una causalidad recíproca entre reflexión teórica y
elección de vida. La reflexión teórica funciona, en cierto sentido, gracias a
una orientación fundamental de la vida interior, y esta tendencia de la vida
interior se precisa y cobra forma gracias a la reflexión teórica. Cuando era
joven ya tenía esta idea y me la ilustraba a través del alumbrado de las
bicicletas, que garantizaban con su movimiento. De noche, hace falta una luz
que ilumine y nos permita guiarnos (es la reflexión teórica). Pero para tener
luz, era preciso que la dinamo girase por el movimiento de la rueda. El
movimiento de la rueda es la elección de la vida. Entonces se podía avanzar.
Poro había que comenzar por rodar un momento en la oscuridad. Dicho de otro
modo, la reflexión teórica ya supone cierta elección de vida, pero esta elección
de vida no puede progresar y precisarse más que gracias a la reflexión teórica.
(159-160)
El discurso filosófico como ejercicio espiritual
Pierre Hadot, La filosofía como forma de vida.
Conversaciones con Jeannie Carlier y Arnold I. Davidson, Alpha Decay, Barna
2009
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